domingo, julio 02, 2017

Un muchacho que partió de su pueblo en busca de aventuras

Mi padre tenía 17 años cuando se fue a hacer el servicio militar -la mili-. Fue destinado inicialmente al cuartel de Artillería de Getafe, en Madrid, en las instalaciones de la actual Universidad Carlos III. Como se fue voluntario -tantas eran las ganas que tenía de salir de su pueblo, en Segovia, y ver mundo- tuvo que pasar en el cuartel 2 años. Me imagino que hizo más guardias que el palo de la bandera, utilizando el viejo argot cuartelero. Mi padre solía decir, para hacer chanza de su edad, que hizo la mili con flechas.

Al terminar el servicio militar se fue a Barcelona a buscar nuevas oportunidades y tratar de vivir una vida mejor. Allí conoció a mi madre y se hicieron novios. Tras unos años en Barcelona, que yo suelo imaginar como un poco locos, puesto que eran los últimos 60 y mi padre trabajaba en una discoteca de actuaciones en directo, se fueron a Madrid, donde compraron una casita para casarse poco después. En los años venideros tuvieron muchas letras que pagar, un 127 de 3 puertas color granate, dos carpetas llenas de discos de 45 RPM y un tocadiscos picú en el que que mi madre solía poner música en el salón aún vacío de muebles... Pero sobre todo, lo que tenían eran muchas ilusiones, alimentadas por sus recuerdos de juventud en Barcelona. Posteriormente vendrían los niños, las responsabilidades, la madurez sobrevenida y la vida adulta.

Mi padre me enseñó muchas cosas. A montar en bici y a andar seguro: cuando yo era pequeñito me decía que levantara mucho las rodillas para no caerme (uno de mis primeros recuerdos junto a él). Luego sería yo, junto a mi madre y mi hermana, el que le ayudaría a él a caminar por los pasillos del hospital, cogido de la mano. Le encantaba andar, era su obsesión. Tenía una gran voluntad por caminar, aunque se encontrara mal. Incluso antes de morir, nos pidió que le sacáramos a andar de nuevo por el pasillo.

Pero quizá lo mejor que me enseñó fue el amor por la música. Su colección de discos comprada poco a poco durante su estancia en Barcelona, con singles de Los Brincos, Los Bravos, Picnic, El Dúo Dinámico, fue mi escuela de iniciación en lo que luego se convertiría mi gran pasión. Siempre se lo deberé a él.

Le gustaba la buena mesa y apreciaba el vino y la etiqueta. Sabía preparar steak tartar y multitud de platos que aprendió en su oficio trabajando en hostelería, en los mejores restaurantes de Madrid. Aunque no tenía estudios superiores, sentía una gran curiosidad por el mundo y, en los últimos años de su vida, se apuntó a unas clases para adultos: aprendió matemáticas, lengua, geografía, dictado... Todo aquello que soñó dominar de jovencito en la Barcelona de los 60, cuando veía charlar a los jóvenes sofisticados a los que servía copas en los bares y restaurantes en los que trabajó. Adoraba Galicia y el pueblo de mi madre. Sus cenizas se pasearán eternamente por los caminos de Barja.

Para mí siempre fue y será ese muchacho que partió de su pueblo en busca de aventuras. Y siempre nos acordaremos de su sentido del humor y de esas frases hechas que decía y que tanto nos divertían a mi hermana y a mí: 'Tengo más hambre que Dios talento' o 'Estás más chupao que la pipa de un indio'. Y su incapacidad para pronunciar la palabra 'Taxi' (decía 'tasis' o 'tapsi')... La misma mañana del día de su muerte estuvo diciendo cosas graciosas en su cama del hospital.

Esa fue la vida y la historia de mi padre, una de tantas. Trabajó como un burro durante más de 40 años y con la ayuda de mi madre sacó adelante una familia y una casa. Supongo que renunció a muchos sueños y se sacrificó como muchos hombres de su generación, la que construyó de manera silenciosa este país entre los años 60 y 80. Sin estridencias, sin publicidad, sin vanidad.

El viernes 30 de junio la enfermedad maldita se lo llevó después de luchar contra ella a brazo partido. Curiosamente, su reloj, que siempre quería llevar puesto incluso en el hospital, supongo que para no perder la noción del tiempo, se paró un par de días antes de morir.

Era sobre todas las cosas un hombre cuidadoso, elegante, bueno y pacífico. Su familia y amigos lo quisimos mucho. Ahora estará en algún lugar insospechado, junto a mis abuelos, mis tíos y otros amigos que nos dejaron demasiado pronto. Seguro que nos sonríe.

Hasta pronto, papá.