Tarde lluviosa de viernes. Mi acera reflejaba hoy las luces de las farolas, mientras yo apuraba mi andar pausado. Una parada de autobús se convirtió en el mejor hogar de la ciudad, desde donde contemplar ese maravilloso espectáculo que es ver las gotas de lluvia salpicando delante de los faros de los coches.
Por unas horas, olvidé mi escasez de pasado y mi exceso de futuro. Volví a sentirme joven, inocente, cargado de ahora; por unos momentos, el fracaso se disfrazó de esperanza y la pesadumbre aligeró su negra carga.
El primer noviembre de la década se ha convertido de pronto en mi primer aliado, en mi cómplice, en un compinche de juergas y borracheras juveniles. Pero también puede ser un lúgubre invitado, el oscuro pasajero interior, convidado de piedra pálido y huraño.
2 comentarios:
Muy bonitas tus reflexiones de ayer. A ver si puedo pasar un dia a verte tocar
Buen finde
Muchas gracias, amigo! Y gracias por leerme y comentar. Si te apetece verme en concierto: el próximo 4 de diciembre en el Café Galdós (Madrid).
Un abrazo y buen finde a ti también
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