George Clooney demuestra, una película tras otra, que detrás de su envidiable físico esconde también una personalidad inteligente y atractiva o, por lo menos, eso se deduce de los proyectos en los que se involucra. Es conocida su faceta de -estupendo- comediante en las películas de los hermanos Coen: Crueldad intolerable y O'brother, o en la franquicia Ocean's y Un romance peligroso, de Steven Soderberg. Pero lejos de encasillarse en un solo género, Clooney también ha dejado para la posteridad papeles dramáticos realmente memorables como, por ejemplo, su interpretación en la alabada Michael Clayton o en la compleja aunque hipnótica Syriana. En su último proyecto, Los descendientes, ha tenido ocasión de realizar una buena mezcla de ambas facetas. Y es que estamos ante una auténtica dramedia, género en el que el director Alexander Payne se maneja como pez en el agua. Payne, que ya demostró su buen toque en Election, A propósito de Schmidt y sobre todo en Entre copas, parece haber encontrado buen acomodo en las historias con personajes de carne y hueso, gente normal, bastante o muy derrotados por la vida, pero que no cejan en su empeño por seguir desentrañando ese misterio insondable que es la existencia humana. En Los descendientes incide de nuevo en ello, y con bastante éxito, me atrevo a afirmar. El guión es del propio Alexander Payne con la ayuda de Nat Faxon y Jim Rash, y está basado en una novela de Kaui Hart Hemmings. La historia parte de una situación trágica, lo que hace que la película roce, en ocasiones peligrosamente, el dramón lacrimógeno, pero por fortuna los diálogos con chispa y la cuasi-cómica relación del protagonista con sus hijas -excelente el trabajo de la joven actriz Shailene Woodley quien da una magnífica réplica a Clooney en todas las escenas que comparten- y el noviete acoplado inconsciente, aunque con trastienda -hilarante Nick Krause-, salvan el producto final, dejando un muy buen sabor de boca.
Entre los secundarios destacadas actuaciones del veterano Robert Forster (Jackie Brown) en el papel del suegro toca-pelotas, Judy Greer, y la sorpresa de encontrar a Beau Bridges (hermano de Jeff, y ex-Fabuloso Baker Boy) en un pequeño papel. Mención aparte merecen la banda sonora, basada en el folclore hawaiano, con temas de Keola Beamer, entre otros intérpretes, y el gran protagonista mudo de la película: Hawai, en todo su esplendor, aunque sin tópicos, lo cual se agradece.
Casi perfecta, deja un estupendo sabor de boca, huele a Oscars por los cuatro costados (se lo pondrá muy complicado a The Artist, seguro), mostrándonos a través de una ventanita la vida de una familia viviendo en un contexto dramático, con el toque humano-realista que tanto caracteriza al cine de Alexander Payne. Y es que, en definitiva, ¿qué es la vida si no compartir un sillón y helados de sabores variados con tu familia, mientras ponen en la tele un documental sobre la Antártida? No os la perdáis.
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